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La revolución que no fue: Los subversivos de mayo, caballeros derrotados de una causa invencible
“Todos aman a su patria y muy pocos tienen patriotismo: el amor a la patria es un sentimiento natural, el patriotismo es una virtud: aquel procede de la inclinación al suelo donde nacemos y el patriotismo es un hábito producido por la combinación de muchas virtudes, que derivan de la justicia. Para amar a la patria basta ser hombre, para ser patriota es preciso ser ciudadano”. Bernardo de Monteagudo
Por Koly Bader-FSN-Tucumán
¡Que diferente se ve la historia desde el sillón preferido donde nos gusta leer! Es un sentimiento muy particular que involucra el recuerdo de nuestros primeros maestros. Aunque no mengua el cariño que el tiempo nos hizo tenerles, lentamente va alumbrando la idea de que fueron meros reproductores, por nuestro cariño declarado inconsciente, de una versión de la historia acomodada a los acomodados de entonces y de ahora. Cuando niños o tiernos jóvenes inexpertos, creímos a pié juntillas aquellos cuentos de manuales amañados. Aún cuando los relatos “no cierran” a los ojos del hombre o mujer que, posteriormente, con la experiencia de lo vivido, los juzgamos con espíritu crítico. Y aún vociferan aquí y allá los falsarios con títulos de historiadores, livianos apologistas de un cuento a histórico, que no se sostiene en el tiempo. Y es que la historia es memoria, y aquellos interesados en extirpar nuestra identidad, antes y ahora, tuercen la historia, engañan la memoria, oprimen la identidad. Simplemente, mienten.
Al decir de Andrés Rivera por boca de su delicioso Juan José Castelli, explícito personaje de fantasía mucho mas veraz que el engañoso Castelli que describe la historiografía oficial que estudiamos,” ¿Qué nos faltó para que la utopía venciera a la realidad? ¿Qué derrotó a la utopía? ¿Por qué, con la suficiencia pedante de los conversos, muchos de los que estuvieron de nuestro lado, en los días de mayo, traicionaron la utopía? ¿Escribo de causas o escribo de efectos? ¿Escribo de efectos y no describo las causas? ¿Escribo de causas y no describo los efectos? Escribo la historia de una carencia, no la carencia de una historia.”
Juan José Castelli, el “orador de la revolución” como se le llama por su encendida proclama revolucionaria y magistral discurso aquel 22 de mayo. Un día como hoy, hace doscientos años, en el primer cabildo abierto donde comenzara formalmente la independencia, fue un verdadero subversivo. Había estudiado filosofía en el Real Colegio de San Carlos y en el Colegio Montserrat de Córdoba. Se recibió de abogado en la Universidad de Chuquisaca, era primo y amigo de otros dos notables subversivos, Manuel Belgrano y el tucumano Bernardo de Monteagudo. Todos fieles a su amigo común Mariano Moreno. Hombres cuyas ideas aún hoy permanecen irrealizadas. Aquel 22 de Mayo, hace exactamente doscientos años, Castelli defendía la posición patriota mientras Belgrano seguía sus palabras apostado en una ventana del cabildo. Allí había montado un sistema de señales para avisar a los revolucionarios si la cosa se ponía pesada. Recibirían esas señales hombres armados con puñales y pistolas llamados “La legión infernal” bajo el comando de Domingo French y Antonio Luís Beruti. Lejos de repartir escarapelas, estos dos subversivos habían dispuesto sus milicianos en las esquinas de la Plaza Victoria para ejercer el “derecho de admisión” al lugar. Si algo funcionaba mal, Belgrano agitaría un pañuelo y todos irrumpirían en la sala capitular. Pero no hizo falta, la verba de Castelli fue suficiente para doblegar momentáneamente a Cisneros y sus defensores.
¿Pero que querían realmente estos hombres? Tanto, que aún hoy muchos argentinos quieren lo mismo. Probablemente unas palabras escritas por Belgrano y publicadas por La Gaceta de Buenos Aires en 1813 resuman la impronta profundamente revolucionaria de los que, a la postre, verían la revolución traicionada. No solo pensaron y hablaron, no solo escribieron, sino que le pusieron el cuerpo al fuego de sus propias ideas. “Se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas, la una dispone de los frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo la reproducción anual de esos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a los propietarios comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que les sobra(…) Existe una lucha continua entre diversos contratantes: pero como ellos no son de una fuerza igual, los unos se someten invariablemente a las leyes impuestas por los otros. Los socorros que la clase Propietarios saca del trabajo de los hombres sin propiedad le parecen tan necesarios como el suelo mismo que poseen; pero favorecida por la concurrencia, y por la urgencia de sus necesidades, viene a hacerse el arbitro del precio de sus salarios, y mientras que esta recompensa es proporcionada a las necesidades diarias de una vida frugal, ninguna insurrección combinada viene a turbar el ejercicio de una semejante autoridad. El imperio de la propiedad es el que reduce a la mayor parte de los hombres a lo mas estrechamente necesario”. Eso escribió en su rol de periodista.
Estos hombres, todos ellos, habían abrevado en ideas libertarias mucho mas profundas que la relativa independencia de España. Estaban unidos por el espíritu americanista de justicia para los pueblos masacrados por la conquista y explotados por los “mandones” al decir de Moreno. A sí es como Monteagudo, hombre de confianza y colaborador inmediato de San Martín y Simón Bolívar disparaba con su pluma desde el órgano oficial de la Sociedad Patriótica, “El grito del sud”: “La Tierra se pobló de habitantes; los unos opresores y los otros oprimidos: en vano se quejaba el inocente; en vano gemía el justo; en vano el débil reclamaba sus derechos. Armado el despotismo de la fuerza y sostenido por las pasiones de un tropel de esclavos voluntarios, había sofocado ya el voto sato de la naturaleza y los derechos originarios del hombre quedaron reducidos a disputas, cuando no eran combatidos con sofismas. Entonces se perfeccionó la legislación de los tiranos: entonces la sancionaron a pesar de los clamores de la virtud, y para oprimirla llamaron a su auxilio el fanatismo de los pueblos y formaron un sistema exclusivo de moral y religión que autorizaba la violencia y usurpaba a los oprimidos hasta la libertad de quejarse, graduando el sentimiento por un crimen”. (...) “Una religión cuya santidad es incompatible con el crimen sirvió de pretexto al usurpador. Bastaba ya enarbolar el estandarte de la cruz para asesinar a los hombres impunemente, para introducir entre ellos la discordia, usurparles sus derechos y arrancarles las riquezas que poseían en su patrio suelo.
Finalmente las ideas de estos patriotas se transformaron en un sueño que lleva doscientos años. Mariano Moreno, Juan José Castelli, Manuel Belgrano y Bernardo de Monteagudo fueron perseguidos, encarcelados, asesinados y abandonados por las clases dirigentes que se apropiaron de la independencia para no llegar nunca a la revolución.
"Si ves al futuro dile que no venga".
Juan José Castelli
Comisionado por su amigo y Secretario de Guerra y Gobierno de la Revolución Mariano Moreno, Castelli parte al Perú a someter por las armas a los enemigos de la revolución. Allí, con su formación rousseauniana y habiendo sido testigo, a su decir, de que “Las piedras del Potosí y sus minerales están bañados en sangre de indios y si se exprimiera el dinero que de ellos se saca había de brotar más sangre que plata”, Castelli Gobierna con mano dura. Pone en marcha una legislación que le devuelve las libertades y sus propiedades usurpadas a los habitantes originarios. Decreta, en la proclama de Tiwanaku, la emancipación de los pueblos, el libre avecinamiento, la libertad de comercio, el reparto de las tierras expropiadas a los enemigos de la revolución entre los trabajadores de los obrajes, la anulación total del tributo indígena, la suspensión de prestaciones personales, equipara a los indígenas y criollos y los declara aptos para ocupar todos los cargos del estado, traduce al quechua y aymara los principales decretos, abre escuelas bilingües quechua-español y aymara-español. La profundidad revolucionaria de las medidas provoca la furia de los ricos, criollos y españoles, beneficiarios del sistema de explotación de los indígenas. En Buenos Aires los Saavedristas habían logrado el alejamiento de Mariano Moreno y con ello el cambio de política. Castelli, derrotado en Huaqui, es acusado por la Junta de enormes falsedades y junto a su lugarteniente Monteagudo vuelve a Buenos Aires preso. El juicio subsiguiente es de una parcialidad tal que muestra que la clase rica de Buenos Aires se solidarizaba con la del Alto Perú. Finalmente, el “Orador de la revolución” muere en las abyecta pobreza y perseguido en una de las mas grandes ironías de la historia argentina. Muere por un cáncer de lengua y escribe su últimas y dolientes palabras que dan título a esta nota.
"No es lo mismo vestir el uniforme militar, que serlo."
Manuel Belgrano
La frase lo define: A pesar de verlo siempre de uniforme, no sólo no fue un militar sino que probablemente haya sido el hombre mejor preparado de entonces para gobernar. Su carácter subversivo también lo llevó a la desgracia una vez traicionada la revolución. Morenista como Castelli, como él fue enviado lejos para que no molestara a las aspiraciones de los porteños ricos. Al mismo tiempo que su primo y amigo se lo envía al Paraguay como jefe de una campaña militar para propagar la revolución. Redacta entonces lo que bien podría llamarse la primera constitución del Río de la Plata con su “Régimen político y Administrativo y Reforma de los 30 pueblos de Misiones”. Reglamento que Juan Bautista Alberdi incorporaría luego a sus Bases de la Constitución Nacional. En el mismo sentido que Castelli en Perú, Belgrano establece la libertad de todos los naturales de Misiones y su derecho a gozar de sus propiedades, suspende el tributo por 10 años hasta que puedan producir y vivir dignamente, establece escuelas gratuitas de primeras letras, artes y oficios, declara la igualdad absoluta entre criollos y naturales habilitándolos para cualquier empleo incluso militar o eclesiástico, expropia los bienes de los contrarrevolucionarios, reparte tierras gratuitamente entre los naturales, provee de semillas y elementos de labranza, y establece la elección de diputado por cada pueblo para el futuro Congreso Nacional. Forma una milicia popular, declama la defensa de la ecología, establece derechos laborales y la pena de muerte para los que apliquen castigos corporales a sus trabajadores. Sus famosas últimas palabras adquirieron el mismo tono que las de su compañero de lucha, primo y amigo: ” ...sólo me consuela el convencimiento en que estoy, de quien siendo nuestra revolución obra de Dios, él es quien la ha de llevar hasta su fin, manifestándonos que toda nuestra gratitud la debemos convertir a su Divina Majestad y de ningún modo a hombre alguno”. “ Ay, patria mía”.
«No habría tiranos si no hubiera esclavos”
Bernardo de Monteagudo
Y la frase termina: “y si todos sostuvieran sus derechos, la usurpación sería imposible. Luego de que un pueblo se corrompe pierde la energía, porque a la transgresión de sus deberes es consiguiente el olvido de sus derechos, y al que se defrauda a sí propio le es indiferente ser defraudado por otro” La vigencia de esta frase no es mas que una pequeña muestra de la tremenda fuerza intelectual, coherencia ideológica y talentosa solidez de una mentalidad extraordinaria. Hombre de palabras, de letras y de acción, Monteagudo es el olvidado precursor y mentor de la independencia. Ya en 1809 fue preso por ser uno de los promotores de la rebelión de Chuquisaca contra los abusos del virreinato y por un gobierno propio. Esa sería la chispa que enciende los fuegos revolucionarios en Buenos Aires. El subversivo tucumano, colaboró con Castelli en la redacción de la proclama de Tiwanaku. Mano derecha de Juan José Castelli y José de San Martín (también colaboró con Simón Bolívar) convierte su palabra y su pluma dirigiendo en Buenos Aires los periódicos La Gaceta, Mártir o Libre y El Independiente. En 1911 forma la Sociedad Patriótica que defiende las ideas morenistas y canaliza su predica incendiaria en “El Grito del sud”. Conciente de las tareas que imponía la revolución escribe: “Muy fácil sería conducir al cadalso a todos los tiranos si bastara esto el que se reuniese una porción de hombres y dijesen a todos en una asamblea, somos patriotas y estamos dispuestos a morir para que la patria viva: pero si en el medio de este entusiasmo el uno huyese del hambre, el otro no se acomodase a las privaciones, aquel pensase en enriquecer sus arcas y este temiese sacrificar su existencia, su comodidad, prefiriendo la calma y el letargo de la esclavitud a la saludable agitación y los dulces sacrificios que aseguran la libertad, quedarían reducidos todos aquellos primeros clamores a una algarabía de voces insignificantes”.
Este verdadero tesoro revolucionario tan poco recordado por sus propios comprovincianos que sus restos ni siquiera descansan en Tucumán, murió asesinado a los 35 años en una noche limeña que aún guarda el secreto de la identidad de su verdugo pero no debemos de tener dudas sobre quiénes fueron sus mandatarios.
¡Viva mi patria aunque yo perezca!
Mariano Moreno
No sería justo hablar de revolución, hablar de los subversivos de mayo y no dedicarle un párrafo al hombre cuyo fuego se intentó apagar echando su cadáver al mar. Ni siquiera una tumba donde rendirle honores. Este adalid de los derechos humanos escribió su tesis doctoral “Disertación jurídica sobre el servicio personal de los indios” impresionado por su experiencia en Potosí como sus seguidores y amigos: “Desde el descubrimiento empezó la malicia a perseguir unos hombres que no tuvieron otro delito que haber nacido en estas tierras que la naturaleza enriqueció con opulencia y que prefieren dejar sus pueblos que sujetarse a las opresiones y servicios de sus amos, jueces y curas. Se ve continuamente sacarse a estos infelices de sus hogares y patrias, para venir a ser víctimas de una disimulada inmolación”. Enemigo de lad injustas diferencias sociales, como miembro de la junta redactó el decreto de Supresión de Honores apuntando a terminar con los privilegios cuasi virreinales de Cornelio Saavedra como presidente. El texto fue lapidario: “En vano publicaría esta Junta principios liberales, que hagan apreciar a los pueblos su inestimable don de libertad si permitiese la continuación de aquellos prestigios que por desgracia de la humanidad inventaron los tiranos para sofocar los sentimientos de la naturaleza…de aquí es que el usurpador, el déspota, el asesino de su patria arrastra por una calle pública la veneración y respeto de un gentío inmenso, al paso que carga la execración de los filósofos y las maldiciones de los buenos ciudadanos…” casi fue su sentencia final. Moreno fue asesinado, no quedan dudas, a los 32 años en una fragata inglesa que lo transportaba en supuesta comisión de la Junta. En realidad fue una celada para terminar con su peligrosa prédica subversiva. Y fue al propio traidor Cornelio Saavedra, que se le escapó la frase “Hacia falta tanta agua para apagar tanto fuego”.
Bibliografía
Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno, Alfaguara 1999. Felipe Pigna Los Mitos de la historia argentina. Editorial Norma 2005. Golman, Noemí. Historia y lenguaje, Los discursos de la Revolución de Mayo.Centro Editor de América Latina, 1992. * Correa, Jorge. Febo Asoma, Figuras estelares de la Patria. Dirple Ediciones, 1999. * Altuna, Elena. “Monteagudo en sus escritos y en sus imágenes” en Chibán, Alicia (coordinadora), El archivo de la independencia y la ficción contemporánea. Salta. Consejo de Investigación, Universidad de Salta, 2004.